Es, sin duda, la entrega más dura y más íntima que nos ha regalado Julio César Cano.
Desde las primeras páginas se percibe algo diferente, una tensión que va más allá de la investigación policial. Hay un enfado subyacente que recorre toda la historia, una contención constante de emociones que no encontrábamos en las anteriores entregas. Esa rabia contenida, ese malestar latente, impregna a los personajes y al lector, creando un clima que incomoda y, al mismo tiempo, atrapa.
No son los personajes que conocíamos de las otras novelas de Monfort, en esta ocasión los protagonistas están atravesados por las sombras de la pérdida, por silencios que pesan más que las palabras. Durante toda la trama, se respira un aire distinto, casi asfixiante, como si Cano hubiera vertido en estas páginas algo que llevaba dentro, algo que necesitaba salir.
Y entonces llega el epílogo. Y con él, una revelación. De repente, todo cobra sentido: el enfado, la tristeza, la dureza de los personajes. Las últimas palabras del autor son como una confesión, una ventana abierta a su propio dolor. Entendemos que Corazón en silencio no es solo una novela, es también un desahogo, quizá incluso un salvavidas para su creador.
Personalmente, no sé si yo habría sido capaz de llevar a cabo un proyecto así, con tanto peso emocional detrás. Pero tal vez esa escritura le ha permitido seguir a flote, convertir el dolor en palabras.
Si llevara sombrero, me lo quitaría ante Julio César Cano. Porque en esta entrega ha ido más allá, ha dado un paso hacia lo íntimo, hacia lo humano. Y eso, al final, es lo que hace que las cosas trasciendan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Pinzadas