
He terminado el curso. Sí, ese curso de automatización con IA patrocinado por el ayuntamiento que prometía, muy alegremente, un 50% de contratación para los participantes.
Lo mejor de estas prácticas han sido los almuerzos con mi mujer. La empresa estaba a cincuenta metros de donde trabaja ella, así que durante doce días hemos tenido un pequeño ritual diario: quedábamos para almorzar juntos. Eso sí que ha sido un lujo, eso sí que ha sido productividad emocional. Si por eso hubiera que pagar matrícula, la pagaba encantado.
Y ahora que el curso y las prácticas han terminado, toca volver a mi rutina. A mi vida. A mi teclado. Y a escribir. Retomo mi novela, que está ya en sus dos últimos capítulos. Aún le queda trabajo, mucho pulido, revisiones, reescrituras y dudas existenciales, pero volver a encontrarme con ella me ha dado un subidón inesperado.
Después de semanas entre flujos, automatizaciones y empresas que funcionan con ordenadores imaginarios, volver a la ficción es como abrir una ventana. Me recuerda por qué me gusta tanto escribir, y por qué, pase lo que pase ahí fuera, seguiré dándole a las teclas. Así que aquí estoy de nuevo. Sin trabajo, pero con historias. Sin contrato, pero con capítulos. Y con ganas de seguir compartiendo todo esto con vosotros.
Vamos a ver qué tal se nos da esta nueva etapa.
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