A veces, las mejores cosas llegan por casualidad. Hace un tiempo, en el centro comercial de mi ciudad, hubo un pequeño puesto itinerante de discos de segunda mano. Ya sabes, de esos que aparecen de la nada, con cajas llenas de vinilos y CDs que huelen un poco a nostalgia.
No buscaba nada en particular, pero me gusta rebuscar entre estos tesoros olvidados. Y ahí, entre montones de discos de pop ochentero y recopilatorios de éxitos de los 90, me encontré con "Swingin’ in London" de Bill Coleman y Ben Webster.
El nombre de Ben Webster lo conocía de otro disco que tengo de Duke Ellington. Es uno de esos saxofonistas que, aunque no seas un experto en jazz, sabes que es importante. Y Bill Coleman… bueno, tenía idea de que era trompetista, pero no podía decir mucho más. El disco costaba 8 euros. Un precio ridículo, la verdad. Así que me lo llevé a casa sin demasiadas expectativas.
El nombre de Ben Webster lo conocía de otro disco que tengo de Duke Ellington. Es uno de esos saxofonistas que, aunque no seas un experto en jazz, sabes que es importante. Y Bill Coleman… bueno, tenía idea de que era trompetista, pero no podía decir mucho más. El disco costaba 8 euros. Un precio ridículo, la verdad. Así que me lo llevé a casa sin demasiadas expectativas.
Lo que no sabía es que ese disco se convertiría en uno de mis favoritos.
Como suelo hacer con los discos que compro, me dio por investigar un poco sobre este y me encontré con algunos detalles curiosos. Resulta que fue grabado en 1967 en Londres, una ciudad que en ese momento estaba en plena fiebre del rock británico. Sin embargo, en los clubes de jazz todavía se cocían cosas interesantes, y muchos músicos americanos encontraron en Europa un ambiente más tranquilo para seguir tocando sin las presiones de la industria musical de Estados Unidos.
Bill Coleman llevaba viviendo en Francia desde los años 30 y era un trompetista con un estilo elegante y ligero, de esos que te transportan a otra época. Ben Webster, por su parte, fue uno de los grandes saxofonistas del swing y parte importante de la orquesta de Duke Ellington. Su sonido es inconfundible: cálido, expresivo y con un toque melancólico que te atrapa.
Y eso es exactamente lo que se siente al escuchar este disco. No es un jazz complicado ni experimental, es puro swing, directo y sin artificios.
No sé si este disco es una joya oculta o simplemente un buen disco que cayó en mis manos en el momento justo, pero lo que está claro es que se ha ganado un sitio especial en mi colección.
Si algo aprendí con este disco es que no hace falta gastarse una fortuna para encontrar joyas. A veces, los mejores discos no son los más famosos ni los que aparecen en todas las listas de "Los mejores álbumes de jazz". A veces, simplemente te encuentras con algo, le das una oportunidad y termina formando parte de tu vida.
Desde entonces, cuando veo un puesto de discos de segunda mano, siempre me paro a mirar. Porque nunca sabes cuándo vas a tropezarte con tu próximo disco favorito.
Linda música y felicidades por tu compra. Te mando un beso.
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