Como ya sabéis lo que escribo, comento y comparto en este blog son las cosas de mi vida, las de mi día a día. Las cosas que me preocupan, las que me emocionan y las que se me pasan por la cabeza. Cuando hablo del C.D Castellón lo hago siempre desde el corazón, porque es de esas cosas que me emocionan, de las que me hacen sentir, de lo que me hubiera gustado que representara, pero que no fue y de lo que espero que sea en mi futuro.
Hace tiempo que no escribo sobre el, porque no se que decir, la situación que vivimos este verano, todos los albinegros, me secó un poco por dentro. Y aún hoy, no sé donde estamos, como, ni con quien.
Gracias a Hoangho, he leído el artículo que Enrique Ballester ha hecho para la revista PANENKA sobre el club y su historia, y al igual que Hoangho he decidido compartirlo con vosotros, que poco a poco me vais conociendo un poco más. Y esto es parte de mi, una parte muy profunda, una gran parte de mi. Gracias Hoangho por compartirlo y gracias Enrique Ballester por escribirlo.
"Es agosto. Atardece. La ciudad es un desierto de asfalto que abrasa cerebros y disuelve energías. El camino que conduce al nicho del portero más fiel que el CD Castellón jamás tuvo está moteado por la irregularidad de las piedras del piso. Al avanzar, se escuchan las pisadas rompiendo la quietud imponente del cementerio viejo de la capital de La Plana. No hay nadie. No hay vivos. El silencio es tan puro que incomoda e invita al abandono pero, cuando por fin llega la hora de girar a la izquierda, se siente la tentación de firmar una reverencia. A media altura, una placa modesta resume la trayectoria vital de José Alanga Varella. Un mito desconocido. En el centro, destaca el logrado relieve de su rostro en escayola. A la izquierda, la fotografía que recuerda a su esposa, que luego fue viuda. Y en lo alto, latiendo imperecedero, el escudo del CD Castellón, equipo del que fue portero, santo y seña, en los años románticos de su fundación, desde 1922 y hasta la entrada del fútbol en la vorágine del profesionalismo.
Lejos quedan sus paradas, tangible es todavía su herencia moral. El espíritu de Alanga, el hombre que rechazó ofertas jugosas de diversos clubes nacionales para quedarse en casa, en el viejo campo del Sequiol, compaginando su tarea bajo los palos con el oficio de albañil, empapa la filosofía actual del aficionado albinegro. Combina un punto de renuncia a las tentaciones que prometen éxito con un sentimiento insobornable hacia un club, unos colores, una comunidad. Sólo así se explica que Alanga prefiriese el orgullo eterno, llevándose el escudo literalmente hasta la tumba, antes que la gloria efímera, y sólo así se entiende que, casi un siglo más tarde, el derrumbe estrepitoso del CD Castellón haya fortalecido al núcleo duro de su hinchada. La desgracia ha subrayado la identidad. En Tercera, tras dos descensos consecutivos, el último por impagos, la masa social albinegra supera los tres mil socios, es menor que antaño pero, por contra, mucho más militante. No en vano, casi un millar de ellos son peñistas y el club es uno de los pocos que está integrado, vía asociación de pequeños accionistas, en la Federación de Accionistas y Socios del Fútbol Español (FASFE). No hay duda. Si algo ha aprendido el albinegrismo en todo este tiempo, es a luchar por lo suyo. Comprendió, a base de palos, que nadie lo iba a hacer por él.
No siempre fue así, claro. Hace 20 años, el estatus en el fútbol provincial era diferente. En 1991, el CD Castellón estaba en Primera y el Villarreal CF en Tercera. Ahora, en 2011, la situación es opuesta. El cambio de hegemonías ha sido pausado y atiende a múltiples razones. Por un lado no excluyente, el desplome del equipo de la capital, uno de los casos más sangrantes de los peligros de las SAD en el mundo del fútbol. El desgarro entre la afición y su dirigencia, en estas dos décadas, ha sido una constante difícil de asimilar. El recelo ha sido continuo. Al descenso a Segunda en el 91 siguió la caída a Segunda B en el 94. El Castellón penó once años seguidos en la división de bronce. Durante, rozó la desaparición en el año 97, cuando hubo relevo en los palcos de ambos clubes. La poderosa influencia de Carlos Fabra, presidente de la Diputación, fue decisiva en los movimientos.
En el Castellón, no sin problemas, aupó al grupo encabezado por Antonio Bonet. En el Villarreal, según declaró el propio Fernando Roig, pidió la aparición del actual presidente amarillo. Favores que vienen, favores que van. La amistad no es nueva. Bonet fue compañero escolar de Fabra, y no sólo amigo de Roig y de Pamesa. También cliente, como empresario cerámico. Completando el triángulo de amor bizarro, en 1996, un año antes de su desembarco futbolístico, Bonet y Roig avalaron al entonces capo provincial, en el inicio de un noviazgo de facturas y asesoramientos. Con el tiempo, se demostró que el Villarreal tuvo más suerte en el reparto: Roig elevó al club de Segunda hasta al sueño de la Champions. En la otra orilla, Bonet no logró el ansiado ascenso a Segunda hasta 2005, meses después de vender en secreto el club a Castellnou (sociedad capitaneada por José Manuel García Osuna, representante de jugadores y funambulista de la comisión, y Antonio Blasco, supuesto mago financiero) y de rechazar varias ofertas de empresarios locales.
Castellnou
Mientras, en compañía de José Manuel Llaneza, en Vila-real, Roig fabricó su gigantesca obra futbolística. Para ello contó con el apoyo incondicional de gobernantes varios, e incluyó la construcción de la Ciutat Esportiva y las remodelaciones del campo de El Madrigal, no exentas de polémica. Aún anda en el juzgado la denuncia de la Fiscalía por facturación falsa y fraude en el IVA en las obras: delito contable contra la agencia pública y falsedad continuada en documento mercantil. Roig y Fabra comparten, pues, cuitas judiciales, lazo en común que reforzó su amistad. En 2003, en pleno acoso mediático del Caso Fabra, cuando los políticos de su propio partido evitaban aparecer en público con el imputado, Roig dio un paso al frente en El Tirachinas de la Cope, para defender públicamente a su colega, por lo mucho que había hecho por la provincia. Al año siguiente, en 2004, el patrocinador del Villarreal entró en quiebra, Tierra Mítica, y el proyecto estrella de Fabra acudió al rescate. El avión del controvertido Aeroport Castelló guió el vuelo estelar de los amarillos. Ya se sabe, favores que vienen, favores que van.
A la conocida y admirada escalada deportiva, de Segunda a la semifinal de la Champions, se sumó una estudiada inmersión social en la provincia. En especial, en Castellón ciudad. Cuando el Villarreal obtuvo su primer ascenso a la Liga, Llaneza, entonces consejero delegado y ahora vicepresidente, declaró al diario Levante que había espacio y afición suficiente para los dos clubes. El descenso posterior reformuló algunos asuntos y, al volver al subir, el Villarreal empezó a pensar a lo grande. En 2005, en cambio, El Madrigal andaba lejos de llenarse y, en El País, Roig reconocía que “intentamos captar a los aficionados de Castellón y la provincia. Pero es difícil cambiar los sentimientos”.
En ese proceso de captación (lícito: oferta, demanda, competencia), en esa intención no disimulada de cambiar los sentimientos, el Villarreal fue ocupando los territorios que tradicionalmente había ocupado el Castellón. Amarillo es el color de los colegios, de los centros comerciales y de la Universidad. De la publicidad en todas sus variantes, en la búsqueda activa de clientela, en la implantación en el subconsciente colectivo de la máxima que reza: si te gusta el fútbol, has de ir a El Madrigal. Enfrente, el Castellón ni supo, ni a menudo pudo, ni a veces pareció querer contrarrestar el alud de propaganda, ni conservar el amor de los suyos. Y no sólo el Castellón, porque si en el reinado albinegro, en el 91, ocho equipos de la provincia competían en Tercera, el fútbol provincial, en la actualidad, es algo semejante a un páramo desierto, con la salvedad del exuberante oasis del Villarreal y sus dos filiales, y la pujanza novísima y modesta del Borriol del golfista Sergio García. Todos los demás, en realidad, penan la consecuencia lógica de encontrarse en el radio de acción y expansión geográfica del proyecto deportivo de una de las familias más poderosas de España.
Es septiembre. Anochece. En el campo municipal de Riba-roja, digno del descorazonador cuarto escalón del fútbol patrio, hay más aficionados visitantes que locales. Juega el Castellón a domicilio. Es miércoles y en el primer desplazamiento del curso, el precedente, los albinegros se comieron cinco tantos en Alzira. Pero su gente, que vio coquetear al club con la desaparición en verano, y a los políticos tantear el terreno para una refundación, tiene tantas ganas de fútbol que no busca excusas. Con empate a cero, encarando el final del envite, la afición entona su grito de guerra. Suena el “Pam, pam, orellut” y el cántico nos devuelve a Alanga, a su tumba, a su escudo y a su espíritu de renuncia y orgullo. Al original y verdadero CD Castellón. El Pam, pam, orellut, himno oficial del club, nació en una de las porterías del Sequiol. Allí ubicaba Alanga, a modo de talismán, un elefante de ébano. Las grandes orejas del animal (orellut significa orejudo) y el defecto físico de un seguidor se mezclaron en la mofa espontánea de un grupo de aficionados. Aquello fue calando tanto que quedó para siempre. Funciona. Quizá de Alanga y su historia ejemplar supieran todos esos canteranos que esperaron al club en el verano de la incertidumbre, poniendo en riesgo sus carreras, aguardando una pretemporada que no comenzó hasta la misma semana del inicio del campeonato. Quizá no, quién sabe, pero lo cierto es que el Pam, pam, orellut espoleó, en Riba-roja, el arreón final del Club Deportivo, que desembocó en una jugada llena de rebotes y agonía que terminó, a su vez y rozando la conclusión, en inverosímil gol de la victoria.
Es casi un milagro pero es. En Tercera, y después de una paliza tras otra, algunos resisten. Los aficionados más fieles que jamás ningún club tuvo. Cantan goles de mierda que les saben a miel, a oro. Y otean goles de oro, a ocho kilómetros, que no les saben a nada."
La verdad es que me siento identificado con el sentimiento que emana del artículo. Pero reconozco que es más fácil ser del Real Madrid que del Castellón. Suerte.
ResponderEliminarEs maravilloso estar apasionado por algo, un deporte en tu caso un club, Eres parte de algo que a su vez tiene muchos seguidores, todos unidos en un mismo sentimiento y eso es muy bonito, el hacer la porra cuando llega el momento, el sufrir con ellos y el alegrarte también con ellos.
ResponderEliminarYo, pues ya sabes estoy muy lejos y no sé ni que es el Castellón pero por tu emoción y por el artículo digo ¡Viva el Castellón! :D
bonitos sentimientos y pensamientos hacia una parte de tí.
ResponderEliminarEs agradable leerlo de vez en cuando.
besos
Alma
De nada, hombre. No sabemos qué decir y apelamos a la historia, que tenemos y mucha, pero esperemos vuelvan los buenos tiempos, esto no puede acabar así. Hoy mismo una buena noticia, la denuncia del traficante en la federación gracias a un grupo de chalados, Sentimiento Albinegro. Me siento orgulloso de formar parte como afiliado. Viva el Castellón i PAM PAM ORELLUT.
ResponderEliminarEl artículo de Enrique brutal.
Un saludo, papacangrejo.
Pedro:
ResponderEliminarTienes razón, es mucho más fácil, tu ves futbol jeje
Patito:
Me encanta ir al estadio, se me pone la piel de gallina cuando todo el estadio anima, es una pasada. Aunque ultimamente la cosa no es igual. Nuestro grito es PAM PAM ORELLUT.
Alma:
Es algo trivial que crea hermosos recuerdos para el futuro, más que deportivos familiares y personales, que al final son los que importan.
Hoangho:
Eso espero, que todo mejore pronto. jeje PPO