Estamos a veinte de agosto y desde hace días ya podemos ver en la televisión, en la publicidad de calle y en las vallas el anuncio de que llega la “vuelta al cole”. Al ver toda esa publicidad, no es que me ponga nervioso, pero sí que aparece un pequeño cosquilleo en el estómago, como cuando era un crio. Tantos años de colegio e instituto han dejado en nuestra mente una profunda huella, aparentemente imperceptible, pero que brota irremediablemente cada mes de septiembre.
Lo mejor, sin lugar a dudas, de volver a las aulas eran los días previos, quizás la semana de antes, en la que te tenías que comprar el material necesario para el curso. Había que elegir la mochila, el estuche, bolígrafos, lápices, colores, libretas (cuantas más mejor) y como no, los libros. Me encantaba llegar a casa con los libros nuevos y mirarlos, tocarlos, pero sobre todo olerlos. Ese olor tan característico, que incluso hoy, si cierro los ojos soy capaz de recordar. Esos días previos e incluso los primeros días de clase eran fantásticos, llenos de motivación, de ganas de aprender, de estudiar y sacar el máximo provecho de todo aquel material.
Ahora le toca a mi hijo, tiene 29 meses y el “mes que viene” empieza la guardería. Él no se entera, pero yo ya estoy pensando en que habrá que comprarle un bolsa o mochila pequeña, ¿tendremos que llevar algún tipo de material de papelería?, ojala. Pero aunque no se diera esta circunstancia todos los años acabo comprando algo cuando llega este momento. Me contagio de la energía de los chavales. Un año (hace poco), me compré un diccionario de inglés (ahí está, si no lo necesito, cuando viajo no me lo llevo), otro año (la mayoría) libretas, me encantan las libretas, sobre todo esas de tapa dura con las hojas micro perforadas que puedes arrancarlas y pasarlas a un bloc de anillas (son la bomba). En alguna ocasión bolígrafos, pero no uno, un paquete de diez, de los transparentes con tapón azul, ¿sabes cual verdad?.
Este síndrome lo padecemos, en mayor o menor medida, todos los ciudadanos del mundo moderno. Y eso lo saben las editoriales, que no contentos con vendernos los libros de nuestros hijos (que ya les vale que no se puedan usar de un año para otro, a mi a veces me los dejaba una vecina que iba un curso por encima y era una empollona, aunque conmigo no tenían el mismo efecto), empiezan a sacar infinidad de coleccionables por fascículos, de cualquier chorrada, para hacernos caer en una compra compulsiva. Y es que muchos no lo pueden evitar, y otros a duras penas. Saben cómo engatusar a ese niño que llevamos dentro y que en septiembre aflora en nuestra mente adulta, contagiado por la nostalgia, el ambiente y el anhelo de sensaciones agradables.
Este año voy a realizar un profundo ejercicio de autocontrol y no voy a caer en la tentación. Voy a ser sincero, esto lo digo porque sé que tendré que comprar algunas cosas para mi hijo. LO ESTOY DESEANDO, ¿Y TU?.
Es cierto! y el primer día de cole todos a escribir la redacción sobre lo que habías hecho en vacaciones... nunca sabía qué poner.
ResponderEliminarPrefiero no acordarme :)
ResponderEliminarAunque ver a las amigas después del verano era muy bonito.
CRISTINA:
ResponderEliminarYo si que sabia lo que poner, lo que no había hecho.
ARENITA:
Yo prefería verlas en verano.