Todo permanecía igual, pero nada era lo mismo. Ya no percibía su olor, ni escuchaba el sonido de sus pasos, ni su risa, ni su voz. Los colores se habían marchitado y los sonidos enmudecidos por el silencio.
Quisiera poder sentir de nuevo su aliento sobre la boca, sus dedos sobre la piel y sus ojos sobre el Alma. Quisiera poder tenerla junto a él, acariciar su pelo, oler el aroma de su cuerpo, y poder besarla. Quisiera tantas cosas ... pero no puede.
El tiempo ha dejado de existir. Las horas han desaparecido entre los segundos. Los días se mezclan con las noches en un cocktel sin sabor, sin olor, sin sentido. Podrían haber pasado tan solo unos segundos, desde que se fue, o podrían ser días, meses, años o siglos. Quien sabe. Quien sabe. Quien sabe.
No sé cuanto hace, pero tampoco le importa. Ya no recuerda su vida, ni sus sueños, tan solo existe ella. Nada tiene importancia salvo su eterna presencia en la memoria.
Moreno de tez pálida y lúgubre como una tumba. Delgado hasta el extremo. Su mirada fría y ausente, casi todo el tiempo, muestra abiertamente su interior más privado y profundo. Caminando con pasos lentos y pesados, como si arrastrase una bola del tamaño de su pena. Cabizbajo y encorvado por el peso de su conciencia.
La inerte y pobre imagen que ofrece, lucha en su interior con la autocompasión, el odio y la rabia. A él no le importa quien obtenga la victoria en ese gris enfrentamiento, pero quien la consiga, logrará el poder sobre su destino.
Las palabras salen torpemente de su reseca garganta. Igual que su mente, adormecida por el estruendo del conflicto que la rodea, intenta reflotar imágenes de una vida que ya no le pertenece.
Poseído por emociones confusas y desordenadas, avanza por la vida sumergido en una atmósfera de podredumbre, soledad y desilusión. Hundiéndole aún más. Acentuando el enfrentamiento que lo mantiene inmerso en su contaminada mente, apartado de la vida.
El sonido del teléfono rompe la monotonía. Un único tono, que hizo que en sus ojos volviera a instalarse aquel brillo que los iluminaba cuando estaba con ella. Un solo tono, esa era la señal que usaban para avisar que regresaban a casa.
Sus ojos se apagaron de nuevo. Era imposible. Cualquier otra explicación sería más razonable que la que le estaba pasando por la cabeza. Debía tratarse de un cruce de líneas, o de alguien que al darse cuenta de su error, había interrumpido la llamada. No podía ser ella, pero en su interior era lo que deseaba. Volver a verla, tenerla frente a él. Después de esperar junto a la puerta durante horas opta por volver a su rincón, más triste y hundido que antes.
Cada vez le cuesta más seguir viviendo, pero tampoco puede morir. Algo le empuja a continuar allí, a no abandonar aquel lugar. Algo que le mantiene atado a aquella casa. No puede vivir, no puede morir, no puede salir de allí.
Cada vez sonn menos esos instantes de luz que le prometen una nueva vida. Esos fragmentos de esperanza e ilusión, que todavía le quedan diseminados por su alma, empiezan a perderse en la oscuridad de sus pensamientos. Y el rostro de su amada le es más difícil de recordar, hasta el punto de tener que recurrir a la foto del salón, para poder reconstruir su imagen.
Pasa ratos interminables de pie, inmóvil frente a su retrato, aferrándose a él con todas sus fuerzas. Sus recuerdos, ya no lo son. Todo ha perdido su significado.
Ya no sabe quien o que es aquello que no puede dejar de mirar, la única certeza para él es que lo que siente ante aquello, le mantiene vivo.
Un sonido, que le parece lejano la hace apartar la vista de la foto un instante. Sabe que aquello significa algo. Vuelve de nuevo la mirada, pero le cuesta un gran esfuerzo averiguar que es lo que estaba haciendo antes.
Un escalofrío recorre su cuerpo, y al girarse, la ve allí, de pie junto a la entrada. Durante unos instantes no consigue ubicarla en su vida, pero al hacerlo, pequeños fulgores de luz vuelven a aflorar en él. Permanece inmóvil, mudo, intentando comprender que está sucediendo.
Durante horas ella se dedica a hacer todas las cosas que no había podido acabar. El la sigue por toda la casa, incapaz de hablarle o de tocarla, por miedo a que no sea más que una alucinación de su débil mente.
Cuando finaliza las tareas, toma una pequeña maleta del armario e introduce en ella toda la ropa que puede. Recorre toda la casa acariciando con nostalgia aquellas cosas que, sin duda, le traen gratos recuerdos.
El la observa desde la puerta del salón, mientras ella permanece quieta con la mano en el pomo de la puerta. Se gira y con los ojos llenos de lágrimas y la voz entrecortada dice:
- Adiós amor mío.
Acto seguido sale de la casa cerrando, muy despacio, la puerta tras de sí.
La profunda pena en la que ha estado sumido, empieza a resquebrajarse. Todo comienza a tener sentido de nuevo. Un sentimiento de paz infinita brota en su pecho, mientras frente a él se abre una gran claridad.
Vuelve a mirar hacia la puerta, echa un último vistazo a su alrededor, y sonrió.
Confiado y seguro como jamás había estado, se introduce con paso firme en aquel maravilloso resplandor que vibra ante sus cansados ojos.
Por fin vuelve a la vida, por fin regresa a casa.
Nunca, es demasiado tiempo, pero nunca es demasiado tarde para retomar el camino que una vez iniciamos.
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